sábado, 18 de julio de 2009

HISTORIA REAL. "EL SIDA"

HISTORIA REAL RELATADA POR RICARDO:
Cuando Daniel tenía seis años lo metimos a un equipo de futbol infantil, porque siempre le gustó el futbol, era impresionante ver cómo le gustaba desde chiquito. Veía una cosa redonda que parecía pelota y ya quería patearla. Por eso cuando tuvo la edad suficiente como para aprender a jugar, a correr y saltar en una cancha le dimos permiso de que entrara a un equipo.
Martha iba por él todos los días a la escuela. Un día que salió más temprano que de costumbre, no esperó a su mamá y se fue a jugar con unos amigos a un parque de enfrente de la escuela. Daniel iba en tercero, tenía 8 años. Cuando Martha llegó por él, lo vio en el parque, le gritó desde la escuela, él tomó sus cosas se despidió de sus amigos, y al atravesarse la calle pasó un tipo al que se le habían ido los frenos y se lo llevó por delante.
Cuando me hablaron por teléfono al trabajo Martha ya estaba en Urgencias del Seguro Social. El niño estaba muy grave, había perdido mucha sangre, se le había roto una pierna, pero no sólo eso, se había pegado en el cráneo y estaba inconsciente. Estuvimos todo el tiempo en el hospital angustiados, pensando qué otras cosas podría tener, porque nos habían dicho los médicos que posiblemente tenía hemorragias internas. Estábamos desesperados porque tenían que intervenirlo para sacarle un coágulo que se le había formado en la parte izquierda del cerebro. Como había perdido mucha sangre tuvieron que hacerle una transfusión.
Al tipo que atropelló a mi hijo, cuando chocó, topó con una banqueta y después con un poste y el carro se volteó. El señor quedó muy mal herido y también se lo llevaron al seguro. Ahí quedo en calidad de detenido. Estaba muy grave porque la palanca de velocidades se le enterró en el estomago y le perforó los pulmones. No estaba manejando borracho, ni drogado, ni nada, sólo se le descompusieron los frenos. Yo me sentía furioso con él, creo que aún lo sigo estando. Pero como al mes se le complicó algo del corazón y se murió.
Qué sencillo es contarlo ¿no? Qué sencillo, pero cuando se murió yo no supe qué hacer. Mi hijo todavía no se recuperaba del todo. Había salido bien de la operación, habían logrado quietarle ese coágulo que tanto le dio lata, pero todavía no se recuperaba del todo. Yo le, dije a mi esposa que me alegraba de la muerte del señor porque si hubiera vivido, yo lo hubiera refundido en la cárcel. De hecho, su esposa había hablado conmigo antes de que se muriera para decirme que por favor no fuera a hacer nada en contra de él, pero yo no acepté. Estaba tan enojado con él que creo que si hubiera sobrevivido no lo hubiera perdonado, Martha tampoco, y menos cuando después de dos años nos enteramos que por la trasfusión Daniel se había infectado de sida.
A los cuatro meses y medio de que Daniel había tenido el accidente, salió del hospital y nos fuimos a la casa. Pasaron los días y él se fue recuperando. La pierna sanó y los golpes y las heridas, tanto de la operación como las adquiridas por el atropellamiento, sanaron. Todo iba bien. Después de muerto el señor ya no quisimos hacer nada en contra de él o su familia, porque Daniel poco a poco estaba recuperándose, no tardó en sanar porque pues estaba muy chiquito ¿no? Además, tenía buenas defensas y era un niño totalmente sano.
Pasó el tiempo y como al año empezamos a notar varios cambios en Daniel. Ya no era el mismo niño travieso y juguetón que nosotros criamos, se había vuelto más tranquilo, pasivo, callado, ya no lo sorprendíamos en la cocina agarrando sin pedir permiso las cosas del refrigerador, o jugando Nintendo, o viendo la televisión. Al contrario, ahora se quedaba dormido, no hacía travesuras, no se portaba mal, no comía, y lo que es peor, permanecía callado todo el tiempo, no hablaba, simplemente no hablaba.
Nosotros desde que empezamos a notar estos cambios, hablamos con él y le dijimos que si se sentía mal o qué. No nos decía nada, sólo que tenía sueño. Yo, al fin y al cabo psicólogo, pensé
Que a lo mejor el niño había tenido un trauma por lo del accidente y que esa era la forma en la que lo reflejaba su cuerpo; entonces comencé emplear algunas terapias con él, pero no funcionaron. Daniel adelgazó muchísimo y nosotros decíamos: “Bueno, pues será porque no come o qué pasa” finalmente lo llevamos al doctor para ver qué era lo que tenía, queríamos una opinión médica a fondo. Así que lo llevamos con un amigo mío que es médico, lo checó, lo revisó y le mandó hacer análisis. Dijo que en general el niño estaba bien, sólo que con un poco de anemia, que le iba a mandar medicamentos. Se lo dimos y pues no resultó, al contrario. Daniel se sintió peor, y en una de esas que se desmaya en la escuela. Su maestra llamó a la casa para que lo fuéramos a recoger, así que fue Martha por él e inmediatamente me llamó para que lo lleváramos con otro médico. Nos recomendaron uno muy bueno que cobraba carísimo pero fuimos. Le mandó hacer varios análisis. Él pensaba que era leucemia. Al hacerle sus exámenes notaron que sus glóbulos blancos estaban muy bajos, y como tenían antecedentes de que había recibido una transfusión le hicieron el examen del sida y salió positivo.
Desde hace dos años sabemos que mi hijo esta contaminado de esa espantosa enfermedad. Cuando lo supe quise destrozar el mundo entero. No era justo. Mi hijo era un niño. ¿Qué culpa tiene de que la humanidad haya creado enfermedades tan dañinas y mortales? Mi hijo tiene 11 años, no es justo. ¡A quién hay que culpar! ¿A los gays, a los padres infieles, a las prostitutas, a los extraterrestres? ¿A quién? Sé que es muy difícil contestar esta pregunta, ya que en realidad nadie, nadie tiene la culpa de que haya surgido esta enfermedad. Sólo pude y puedo culpar a esas personas que por falta de profesionalismo hicieron que a mi hijo le pusieran sangre contaminada. Traté por todos los medios de demandar a los culpables pero nadie me hizo caso. Fui y metí cartas a varias partes y fui con mis cartas a algunos periódicos. ¿Pero saben quién me hizo caso? Nadie. Sobre todo porque está en juego la reputación de las instituciones públicas.
Eso fue a mi hijo, ahora imagínense nada más a cuantas personas que han recibido transfusiones las han contagiado. No quiero escandalizar a nadie, pero creo que se debe hacer algo severo para detectar ese virus con más exactitud. Me han explicado que a veces los exámenes que le realizan a la sangre para ver si es sangre segura, o que puede servir para donarla a alguien, no son lo suficientemente confiable, ya que a veces el virus está tan escondido que ni por el Elisa ni por lo que sea puede detectarse. A mí me hubiera gustado que le pusieran mi propia sangre a Daniel, pero como me dio hepatitis no pude y Martha tenía indicios de un nuevo embarazo, que a final de cuentas sólo fue una falsa alarma, y tampoco le donó su sangre. Además el doctor nos dijo que, de todos modos, aunque estuviéramos sanos no hubieran aceptado ponerle de nuestra sangre sin habernos hecho antes las pruebas correspondientes.
Hoy en día luchamos porque Daniel tenga una vida normal. Va a la escuela como los demás niños y todavía no se agrava su situación. Lo único que sabemos mi esposa y yo es que vamos a luchar hasta el final con él porque lo amamos. Él no se infectó por promiscuo, sino por el descuido de otras personas al hacer su trabajo, porque no supieron detectar que esa sangre estaba infectada. Lo peor de todo es que eso puede volverles a pasar, y a cualquier gente por ese descuido puede llegar a infectarse. Ojalá que no, verdad. Pero creo que es inevitable. Ojalá que a nadie le pase nunca esto. Martha y yo quisiéramos tener otro hijo a veces, pero nada más de pensar que lo vamos a traer a un mundo así, ni ganas. No gano mal, no estamos mal económicamente, pero los medicamentos y el tratamiento que se le dan a Daniel son caros, así que no podríamos tener otro hijo ahorita. Lo único que deseo es que se encuentre la cura a este mal, y que ojalá sea muy pronto, porque de ello depende la vida de mi hijo, y de miles de gentes que como Daniel están infectados por este virus. Dios quiera que sea pronto.


Esta historia es un hecho real compilada por ROSA ESQUIVEL en su libro Amor a la vida (confesiones intimas de enfermos de sida) p.p 85-90.